“Facundo” y el país: respuestas pendientes

[OPNIÓN] Los interrogantes que plantea la primera obra literaria de D. F. Sarmiento genera esta reflexión sobre nuestra realidad y la influencia que en ella tiene el pensamiento.

Escribe Elio Noé Salcedo

En la edición de 1845, el autor del “Facundo” advierte: “Algunas inexactitudes han debido necesariamente escaparse en un trabajo hecho de prisa, lejos del teatro de los acontecimientos, y sobre un asunto de que no se había escrito nada hasta el presente…”; por tanto, no es extraño que el lector “eche de menos algo que él no conoce” o “disienta en cuanto a algún nombre propio, una fecha, cambiados o puestos fuera de lugar”; no obstante, en los acontecimientos “que sirven de base a las explicaciones que doy, hay una exactitud intachable”.
Sin embargo, en carta al Gral. José María Paz del 22 de diciembre del mismo año, al remitirle un ejemplar del libro, el autor reconoce en confianza: “Remito a V.E. un ejemplar del “Facundo” que he escrito con el objeto de favorecer la revolución y preparar los espíritus. Obra improvisada, llena de necesidad, de inexactitudes, a designio a veces, no tiene otra importancia que la de ser uno de los tantos medios tocados para ayudar a destruir un gobierno absurdo y preparar el camino a otro nuevo”
Años después, en un país que comenzaba a renegar de su pasado criollo y a olvidar el Martín Fierro, se imponía la “verdad emotiva” y euro céntrica del Facundo.
Dado los interrogantes del presente, creemos necesario intentar otras respuestas a las viejas preguntas que plantea la obra, a saber:
“¿No significa nada para la historia y para la filosofía –pregunta el escritor- esta eterna lucha de los pueblos hispanoamericanos, esa falta supina de capacidad política e industrial que los tiene inquietos y revolviéndose sin norte fijo, sin objeto preciso, sin que sepan por qué no pueden conseguir un día de reposo, ni qué mano enemiga los echa y empuja en el torbellino fatal que los arrastra, mal de su grado y sin que les sea dado sustraerse a su maléfica influencia?”
Sin duda, creemos, se trata de una maléfica influencia que, por supuesto, no es del agrado de los pueblos hispanoamericanos. Ahora bien, ¿nada tiene que ver con esa “eterna lucha” la “maléfica influencia” que pretende convencernos de nuestra “falta supina de capacidad política e industrial” y que tiene la costumbre de difamar gobiernos industrialistas e imponer políticas de arrasamiento del aparato productivo, científico y tecnológico en nuestro país, América Latina y el Caribe?
“¿Hemos de abandonar un suelo de los más privilegiados de la América a las devastaciones de la barbarie? ¿Hemos de dejar, ilusorios y vanos, los sueños de desenvolvimiento, de poder y de gloria, con que nos han mecido desde la infancia, los pronósticos que con envidia nos dirigen los que en Europa estudian las necesidades de la humanidad?”.
Cabe preguntarnos: ¿debemos dar por sentado que somos bárbaros y abandonar nuestro suelo a las devastaciones de la civilización europea o de cualquier otro país que envidia nuestros recursos? ¿Debemos seguir aceptando los pronósticos y recetas de los que “estudian las necesidades de la humanidad” desde Europa, EE.UU. o desde organismos “internacionales” disfrazados de serios? ¿Debemos dejar de lado nuestros propios sueños?
“Después de la Europa –insiste el escritor-, ¿hay otro mundo cristiano civilizable y desierto que la América? ¿Hay en la América muchos pueblos que estén, como el argentino, llamados, por lo pronto, a recibir la población europea que desborda como el líquido en un vaso?”.
Los desbordes o necesidades de Europa o países dominantes ¿son prioritarios respecto a nuestros problemas no resueltos y necesidades nacionales insatisfechas?
“¿No queréis, en fin, que vayamos a invocar la ciencia y la industria en nuestro auxilio, a llamarlas con todas nuestras fuerzas, para que vengan a sentarse en medio de nosotros, libre la una de toda traba puesta al pensamiento, segura la otra de toda violencia y de toda coacción?¡Oh! ¡Este porvenir no se renuncia así no más! No se renuncia porque un ejército de 20.000 hombres guarde la entrada de la patria: los soldados mueren en los combates, desertan o cambian de bandera”.
Dicho “porvenir” -hoy lo sabemos- no traerá ni la ciencia ni la industria extranjera en nuestro auxilio; tampoco permitirá que tengamos ciencia ni industrias propias; una vez sentado “en medio de nosotros”, desconocerá el pensamiento nativo y pretenderá dominarnos por la propaganda o por coacción para que renunciemos a todo, incluso a la Defensa Nacional (¡Con parte de nuestro territorio todavía ocupado por una potencia europea!) ¡Deberíamos resistir y oponernos a tanta barbarie… y no desertar o cambiar de bandera!

Portada del Libro «Facundo: Civilización y Barbarie» de Domingo Faustino Sarmiento (cuarta edición en castellano, París, Librería Hacette y Cia. 79, Boulevard Saint Germain. 1874.)
Fuente: Wikipedia

 


Perteneciente a octubre/73: edición Nº39, año VI. Noviembre de 2018