San Juan subterráneo

El mundo de abajo, tanto desde lo simbólico como desde lo concreto, siempre inquieta y atrae. Lo que no se ve, pero existe. Lo que existe pero se oculta. Y más cerca, las posibilidades que brinda la investigación para integrar lo subterráneo a la vida urbana, al conocimiento científico, a la identidad.

Por Belén Ceballos, Fabián Rojas y Susana Roldán

Aunque inquiete decirlo, caminar por la ciudad es caminar sobre tumbas. Las crónicas periodísticas dan cuenta de ello ya desde varias décadas atrás, cuando ocasionales excavaciones para alguna obra pública dieron con restos humanos. Y aunque en San Juan nunca se hizo arqueología urbana, hay datos y testimonios suficientes para confirmar que muchas veredas y calles de la ciudad existen sobre antiguos cementerios y enterratorios. “Antes de que el estado tuviera el registro de los ciudadanos, a los muertos se los enterraba al lado de las iglesias. A los que eran cristianos, dentro del cementerio y, a los que no lo eran, afuera”, revela Teresa Michieli, docente e investigadora del Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo “Profesor Mariano Gambier”. La falta de investigaciones sistemáticas no ha permitido que se identifique a muchos de estos hallazgos ocasionales, pero según explica Michieli, “los documentos antiguos permiten inferir que en las locaciones que antes ocuparon las iglesias, con sólo excavar un poco, encontraremos restos humanos”. La vereda de la Iglesia Catedral, sobre calle Rivadavia, es uno de esos lugares. Otro sitio es la calle Mitre frente a la Plaza 25 de Mayo, donde se encontraba la Iglesia de Santa Ana en el siglo XIX. “Hay documentos que contienen quejas de los vecinos de la zona, datados en esa fecha, en la que advierten que si las crecientes del río continúan, las napas de agua van a comenzar a subir hasta un nivel en el que se van a infectar con los cuerpos sepultados en el cementerio contiguo”, relata Michieli.
¿Por qué no se estudia esto? La existencia de leyes de protección del patrimonio puede ser una de las razones, pero para Michieli hay otra razón muy poderosa. “Aunque no siempre lo asumimos, yo creo que psicológicamente vivimos sobre la ciudad de barro que fue. El terremoto afectó tanto a la población que la muerte y la destrucción fue, literalmente, sepultada. Y resulta muy difícil sacarlas de ese lugar”, dice.
La reciente creación de la Especialización en el Patrimonio Arqueológico de Paisajes Culturales de los Andes Meridionales, entre las facultades de Filosofía, Humanidades y Artes y de Arquitectura, Urbanismo y Diseño, abre una luz de esperanza en este sentido. “Es cierto que el tema de la arqueología urbana es sensible para la población. Pero hay muchos otros lugares en los que se puede investigar, abordando por ejemplo la arqueología histórica industrial en las zonas de explotación ganadera. Existen construcciones que fueron realizadas por pastores y usadas con ese fin, que nos permiten conocer cómo era la vida en ese momento y las costumbres de esos habitantes”, dice Michieli.

De abajo y de las orillas también
Aunque la definición más aceptada del término cultura es “todo lo que el hombre hace”, los circuitos y escenarios para las expresiones culturales que vienen desde lo subterráneo-simbólico no son los oficiales. En muchos casos, lo subterráneo se iguala a lo periférico, a lo marginal, a lo que empieza en los bordes de la ciudad y va ocupando espacios no tradicionales, con el consiguiente prejuicio de quienes miran a estas expresiones como algo peligroso o cuando menos, raro (ver contratapa).
Surgidas en los barrios, se calcula que en la actualidad coexisten en la provincia cerca de 70 murgas. Una de las más recientes es La Pericana, conformada sobre la base de un grupo de amigos que se entusiasmó después de asistir a un taller dictado por un murguero mendocino. “La murga es de la comunidad. Funciona como un grupo horizontal, donde el que dirige no es siempre el mismo, y donde las decisiones se toman en conjunto”, define Ana Elizondo, integrante de La Pericana. Acerca de las características de la agrupación, explica que se trata de una murga “al estilo uruguayo, donde las voces son muy importantes. La murga argentina, en cambio, le da más preponderancia a los instrumentos. Nosotros nos parecemos más al perfil de Agarráte Catalina o Asaltantes con Patente, que son dos murgas uruguayas muy conocidas”.
La composición heterogénea, el contenido de las letras que cantan y hasta los lugares que eligen para reunirse y ensayar son determinantes para el perfil de esta expresión cultural venida por carriles que tienen más que ver con lo periférico que con lo central en una sociedad como la local. “El prejuicio está siempre –dice Ana, que a la par es estudiante universitaria de Educación Musical- pero creo que se trata de una expresión genuina que debe tener su lugar”.
Plazas y espacios abiertos son los preferidos de las murgas. “Esto es una ventaja y una desventaja a la vez. Por un lado, permite que se acerquen chicos que de otra manera no llegarían. Son chicos que no irían a un instituto a aprender música, por ejemplo, pero que se enganchan rápidamente con la murga. Por otro lado, el espacio abierto tiene la desventaja de que muchas personas, por desconocimiento o temor, no sólo te miran mal sino que hasta llaman a la policía para que te corran”, dice Rubén, artista callejero e integrante de la murga Pueblo Viejo.

Víctor AlgañarazInvestigación desde las “catacumbas”
Y hablando de represión, se sabe a través de distintos documentos y testimonios de sobrevivientes que la última dictadura militar acudió a la tortura y al exterminio para imponer su orden. En medio de esas acciones siniestras, el sistema universitario fue un blanco recurrente para el terror imperante. “Prácticamente fue devastado en el país, y en San Juan hubo muchos docentes cesanteados, estudiantes detenidos y también desaparecidos, sobre todo estudiantes de sociología e ingeniería”, refiere el sociólogo y doctor en Ciencias Sociales Víctor Algañaraz, docente e investigador la Facultad de Ciencias Sociales de la UNSJ. El profesional remarca que, particularmente, las ciencias sociales “buscaron una suerte de estrategia, de refugio, para trabajar en ese contexto”. Eso fue parte de un hallazgo de su tesis de doctorado “Las relaciones y tensiones entre la Iglesia Católica, las dictaduras y el sistema universitario”. “En un contexto complicado, donde se trabajaba desde la clandestinidad, había que hacerlo desde otro lugar. Hay un autor que utiliza una metáfora muy interesante. Él decía que la investigación en ciencias sociales se realizaba desde ‘las catacumbas’. Eran circuitos establecidos por fuera del ámbito universitario, eran refugios para la vida y eran también refugios para la misma academia”, expresa Víctor Algañaraz. Las ciencias sociales de la Universidad Nacional de San Juan fueron parte en esa búsqueda de amparo y en buena medida se desenvolvían “subterráneamente”. El investigador y docente señala que esas ciencias de esta Universidad “estaban en una suerte de jaque permanente; el trabajo de los profesionales era más bien un trabajo periférico y habían tareas de reconstrucción sobre lo que estaba pasando. Se habían dado cuenta de que el golpe de Estado de 1976 no se trataba de un golpe de Estado más y que no se iba a volver al camino democrático tan fácilmente”. Algañaraz aduce que en aquellos años hubo académicos muy importantes en sociología que hicieron resistencia. “Por ejemplo, Rafael Olivera –dice-, que venía de la Universidad Católica Argentina, era un destacado científico que trajo textos inéditos y ayudó a que la sociología se profesionalizara. Fue un militante desaparecido al poco tiempo de aquel golpe de Estado”.

Leticia ManriqueLa red comunicativa under
La capital sanjuanina como una red comunicativa a través de discursos como graffitis, pinturas, stencil, pegatinas, o arte urbano en general. Así toma Leticia Manrique a esta urbe cuyana en su tesina de Licenciatura en Comunicación Social, trabajo denominado “Análisis de los discursos iconográficos en la ciudad de San Juan”. “La investigación no sólo considera a la ciudad y a sus espacios públicos desde un nivel material, tangible, sino también desde los aspectos simbólicos, de significaciones sociales. El trabajo considera a la ciudad como una gran red de comunicación, lugar donde se producen mecanismos de apropiación y reapropiación de los espacios públicos como algo de todos, a través de diversas prácticas, entre ellas, las discursivas”, indica la autora.
Para el análisis, la investigadora partió de la base de la existencia de dos tipos diferentes de discursos coexistiendo en los espacios públicos: los legitimados institucionalmente (la cartelería oficial, por ejemplo) y los no legitimados institucionalmente, que en realidad serían prácticas discursivas alternativas en la ciudad. En estos últimos basó su trabajo. “Lo que me interesó estudiar fue cómo se producen y se plasman los cambios sociales, económicos, políticos y culturales a través también de la apropiación de los espacios públicos por parte de agentes sociales que no son parte del Poder”, dice Manrique. Así, una de las manifestaciones que cita como ejemplo la sitúa en el Encuentro Nacional de Mujeres realizado en San Juan, “donde hubo mucha utilización de stencil, que eran graffitis de sectores de la ciudadanía que van por fuera del orden dominante”, señala. En realidad, la investigadora notó la existencia de una abundancia de discursos alternativos en hechos sociales clave, como en la marcha en contra del derrame de cianuro en Veladero en Plaza 25 de Mayo.
Leticia Manrique remarca que una de las características de estas manifestaciones urbanas es el anonimato del productor. Otra, es la fugacidad del mensaje, “porque hay mucha sobreescritura y porque, en realidad, de alguna manera estos tipos de discursos son rechazados”. Respecto del arte urbano, rescata voces de algunos artistas, quienes sostienen que, por su condición de zona sísmica, San Juan “tiene mucho cemento”, entonces nada mejor que utilizar esos grises “para hacer algo estético”.


Subsuelo de bondades gracias al Río San Juan

Lo que hace que en el Valle de Tulúm sea posible la agricultura, es el material sedimentario que trajo el río desde la cordillera.

San Juan tiene un 95 por ciento cubierto por un relieve montañoso y solamente el resto puede considerarse zona de valles. “Todos los valles, incluido el de Tulum, son cuencas que albergaron siempre sedimentos, desde por lo menos la época del Período Terciario, hace unos 65 millones de años. Y el Cuaternario es una continuidad de todos los terrenos sedimentarios del Terciario, que son básicamente arenas y arcillas”, explica Rubén Gianni, docente de Geología de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. La gran usina productora de sedimentos es la parte alta de la cordillera, dice el profesional, y añade que para que los sedimentos se muevan necesitan de esa cinta transportadora que es el agua, pero hay precipitaciones nivales ínfimas, comparadas con 10 u 11 mil años atrás, cuando los glaciares eran gigantescos. “Lo que hace que en el Valle de Tulúm sea posible la agricultura, es el material sedimentario que trajo el Río San Juan desde la cordillera. En San Juan, el subsuelo no es de buena calidad en cuanto a reservorios de agua, líquido es escaso y muy sulfatado. Los pozos de Zonda tienen agua buena porque pertenecen a la cuenca de Ullúm – Zonda, que tuvo rellenos de las sierras de Zonda y del Río San Juan”, sostiene Gianni.


La energía de abajo
Hay un proyecto de geotermia (energía del interior de la Tierra) de alta entalpía –cantidad de calor- en Despoblados, Iglesia, que produce energía eléctrica. En el Valle de Tulúm es factible la geotermia en edificios o viviendas, donde se utilizaría la geotermia de media y baja entalpía (temperaturas de entre 20 y 70 grados). Las manifestaciones geotermales de esas entalpías pueden aplicarse para la climatización de inmuebles. El Edificio Ecoparque Anchipurac, en Rivadavia, promovido por la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Provincia, es un ejemplo del uso de esta energía.