Una movilidad social sexuada

[Educación y trabajo de cuidado] El acceso universal a la educación y su obligatoriedad no eliminan completamente la desigualdad de género. Otros factores, como el mandato social de que las mujeres deben ocuparse de las tareas domésticas y el cuidado de la familia, condicionan la movilidad social de niñas, adolescentes y jóvenes.

 

Por Fernanda Borcosque

En Argentina la educación es un derecho, desde la primera ley para una educación pública, gratuita y laica, hasta la última, la Ley de Educación Nacional Nº 26.206 (sancionada en 2006) que garantiza el acceso universal a la educación en todos los niveles y modalidades. Sin embargo, allanado el camino hacia una educación pública y eliminada la dificultad económica al suprimir el arancelamiento de la educación universitaria, siguen vigentes algunas desigualdades que se viven desde el género. Hay mujeres adolescentes y jóvenes que dedican poco tiempo a sus estudios o directamente deben dejarlos, porque destinan parte de su tiempo al trabajo no remunerado que es el de las tareas dentro del hogar.

“Se decía que hijos de pobres y ricos ocuparían los mismos bancos y los talentos fluirían solos. Sin embargo, a pesar de que está garantizada la universalización de la educación, hay desigualdades entre varones y mujeres”, dice Alexander Fernández, profesor de Ciencias de la Educación, especialista en políticas socioeducativas y docente en el nivel medio.

Entre las normativas que sostienen la educación pública, la Ley de Educación Nacional establece, entre otras, la obligatoriedad y la universalización de la educación secundaria. Es en este nivel que Fernández analiza la inequidad: “Al secundario acceden alumnos/as con diferentes niveles socioeconómicos y diversas configuraciones familiares. Dentro de esta diversidad encontramos que el trabajo de cuidado genera desigualdad, ya que son ellas quienes deben relegar parte de su tiempo en las tareas de cuidado (de hermanos/as menores o adultos mayores) y esto condiciona sus trayectorias educativas y de algún modo se restringen sus posibilidades de movilidad social a través de la educación”, señala Fernández.

El trabajo no remunerado se refiere a los quehaceres domésticos y a las actividades de apoyo escolar y de cuidado de niños y niñas, enfermos o adultos mayores que forman parte del hogar.

Un mandato social

En su trabajo Movilidad Social y Educación ¿Estructura de oportunidades sexuada?”, los docentes Jesica Agüero y Alexander Fernández sostienen que la movilidad social queda fuertemente sujeta a una estructura socio histórica de oportunidades. A este factor socio histórico, se agrega un factor subjetivo y de carácter individual. El trabajo de cuidado en cuanto mandato social atribuido a la mujer, resulta ser un condicionante que limita el provecho de tales estructuras de oportunidades.

La movilidad social estaría condicionada por la educación en los casos en que las jóvenes en edad escolar relegan parte del tiempo necesario requerido para un óptimo rendimiento académico, por estar involucradas en tareas domésticas, que son muy comunes en sectores en donde más de un miembro de la familia sale a trabajar y no tienen posibilidad de “comprar” cuidado.

¿Por qué sexuada? “La división del trabajo es una construcción social y cultural: hay tareas que se le atribuyen a la mujer porque se piensa que son aptas biológicamente para cumplir con labores relacionadas a la maternidad y lo doméstico, a diferencia del varón”, señalan Agüero y Fernández.

Esta situación no se da solo en Argentina: la socióloga uruguaya Karina Batthyány, miembro de CLACSO y especialista en políticas de género considera que en Latinoamérica el trabajo de cuidado es el nudo crítico de la desigualdad de género, ya por éste pasan otras inequidades que afectan a las mujeres, como cuando ellas deben destinar tiempo semanal al cuidado, por ejemplo, de  niñas y niños pequeños (casi el doble que los hombres) y dejar de trabajar asalariadamente (lo que afecta su autonomía económica) o dejar de participar social y políticamente.

La socióloga señala que hay una desigualdad cuantitativa (las mujeres destinan más del doble de su tiempo a estas tareas que los varones) y cualitativa (los hombres “eligen” qué tareas hacer y cuáles no).

En este sentido, en nuestro país la última Encuesta sobre Trabajo No Remunerado y Uso del Tiempo realizada por el INDEC en 2013, da cuenta de esta problemática que afecta al género. Según este relevamiento, casi el 89 por ciento de las mujeres dedican su tiempo a quehaceres domésticos, apoyo escolar y trabajo de cuidados; en tanto que solo el 58 por ciento de varones dedican su tiempo a estas tareas.

La tasa de participación refiere a la población total y tiempo promedio (horas por día), a la población participante. Fuente: INDEC. Encuesta sobre el trabajo no remunerado y uso del tiempo. Módulo de la encuesta anual de hogares urbanos. Tercer trimestre 2013.

 

Una agenda privada

Los docentes consideran que la cuestión del trabajo de cuidado es parte de la agenda privada y no forma parte de la agenda pública, porque aún falta políticas públicas. “Esto es así porque el bienestar de la mujer está condicionado a la configuración familiar. Es decir, a la cantidad de niños y niñas para cuidar, de adultos mayores como parte de su familia, del ingreso familiar que posibilita o no ‘comprar’ cuidado (servicio doméstico, niñeras, etc.). Pero en la medida en que esta situación no sea considerada en la agenda pública y no se produzcan líneas de acción tendientes a revertir esta problemática, la desigualdad en la movilidad social entre mujeres y varones seguirá existiendo”, señala Alexander Fernández.

 

Dice Fernández: “El trabajo de cuidado es una categoría conceptual de la economía feminista, que plantea la dicotomía entre lo productivo y lo reproductivo. El uso de tiempo de quienes se dedican al trabajo de cuidado no es remunerado y esto genera desigualdad en las posibilidades de profesionalización y movilidad social a través de lo educativo”.

 


Perteneciente a octubre/73: edición Nº44, año VII. Diciembre de 2019