Educar con sentido

Escribe Oscar Nasisi, rector de la UNSJ


 

Año III – Nº 20 – Julio de 2015

En las últimas semanas, asistí por decisión del Consejo Interuniversitario Nacional (CIN) a la conformación en Panamá del Espacio de Encuentro para la Educación Superior en Latinoamérica y el Caribe, ENLACES, cuya formalización se vio postergada durante mucho tiempo. No es casual que haya sido Panamá el lugar donde finalmente nueve universidades latinoamericanas pudimos darle sentido a un espacio que quiere erigirse en un testimonio de un nuevo modelo de educación inclusivo y sin desigualdades: alguien me recordó, antes de mi viaje, que fue justamente Panamá el lugar elegido por Simón Bolívar para la realización de un congreso donde debían sentarse las bases de una Patria Grande latinoamericana.

Casi en forma simultánea con este acontecimiento, fuimos a Jáchal para colocar la piedra basal de lo que será el edificio propio de la UNSJ en ese departamento, en la zona conocida como Pan de Azúcar. Allí se levantará la sede de la Delegación Valles Sanjuaninos, cuyo objetivo es acercar la educación universitaria a los jóvenes de los departamentos más alejados de San Juan.
Aunque estos dos hechos estén separados por miles de kilómetros de distancia, estoy convencido de que su conexión es íntima. Porque ambos acontecimientos están relacionados con lo que, a mi modo de ver, es el sentido de la universidad. Retomo aquí un concepto del pedagogo mendocino Daniel Prieto Castillo, quien a lo largo de toda su obra propone una razón de ser para la educación universitaria. Dice Prieto Castillo: “No basta con el conocimiento y la ciencia a secas, con acumular y transmitir información. El primer y último sentido de la universidad fueron, son y serán los seres humanos”. Y en base a esta afirmación, rescato una definición suya que es la que da título a esta columna: la educación universitaria DEBE SER una educación con sentido. Un sentido que recupere los muchos sentidos que traen a los claustros los jóvenes estudiantes, que respete las identidades, que construya un colectivo a partir de la diversidad y que resguarde las ideas de todos, docentes, estudiantes, investigadores, creadores, extensionistas y personal de apoyo universitario.
De nada sirve que proclamemos la pluralidad de ideas si no somos capaces de defenderla en nuestros claustros, en nuestros institutos de investigación, en nuestros centros de creación y en nuestras unidades de apoyo. Es estéril el discurso que aboga por la inclusión y la igualdad si con nuestras conductas cotidianas excluimos a los que piensan diferente o consideramos que su opinión no es válida, sólo porque no pertenecen al sector que entendemos como “propio”. ¿De qué nos valdría escuchar siempre sólo a los que nos dicen lo que queremos escuchar? No hay crecimiento ni aprendizaje posible en esto y como universidad, nuestro compromiso debe ser en la dirección opuesta a la miopía de creer que sólo los nuestros tienen derecho a pertenecer.
Educamos en todo momento, no sólo cuando transmitimos conocimiento. Educamos cuando tomamos decisiones, cuando administramos, cuando defendemos y cuando claudicamos. Como universidad pública, estamos llamados a educar con sentido: en esta tarea se cimenta nuestro mayor compromiso y nuestra razón de ser.