El despertar del “pensamiento heterodoxo”

[Córdoba, tradicional y moderna] La heterodoxia en las ideas que propició la Reforma Universitaria fue una respuesta al pensamiento anquilosado y conservador.

 

Por Elio Noé Salcedo

Dentro de la grande y multifacética herencia de la Reforma, podemos reconocer una peculiar heterodoxia a nivel de ideas, que era a la vez una respuesta a la ortodoxia escolástica-clerical y a la ortodoxia liberal-positivista de raíz europea, sin descontar la adaptación que haría el pensamiento nacional latinoamericano -heterodoxo por esencia- con relación a la ortodoxia marxista eurocéntrica, incipiente por aquel entonces. En cualquiera de los dos primeros casos, la rebeldía heterodoxa era una superación del pensamiento anquilosado y conservador en ambos sentidos.
Tal superación suponía tres efectos: reconocía el mérito del pensamiento positivista en cuanto a su prédica a favor de la metodología científica y el rigor analítico; era a su vez una crítica al menosprecio positivista por toda conceptualización referida a los grandes problemas del hombre y de la sociedad (punto de partida de las Ciencias Sociales); y en tercer lugar, cuestionaba el predominio del pensamiento europeo sobre cualquier otro pensamiento que no se supeditara al pretendido “centro cultural del mundo”.
El positivismo había aparecido en Europa como resultado del florecimiento portentoso y a su vez deshumanizado de la civilización técnica y las ciencias naturales, que pretendía ser la nueva verdad revelada y daba por sentado el dominio del capitalismo europeo sobre los demás continentes y países del orbe, resultando de ello que los civilizadores impedían a los demás pueblos civilizarse y poseer una conciencia de sí mismos y no una conciencia y una ciencia prestadas.
La hecatombe mundial de 1914 pondría en crisis la idea del “progreso indefinido y su evolución lineal” que sustentaba dicha filosofía. Así, el monopolio positivista comenzaba su lenta decadencia en nuestras pampas, debido a “la insatisfacción de la conciencia humana ante la aridez del positivismo” (Zuretti, 1964), pero también ante el nuevo despertar de la conciencia propia de la existencia, que se expresaba en las nuevas concepciones científicas, en la filosofía, la literatura, la política, fuera y dentro de las universidades.
Coroliano Alberini (1886-1960), considerado el primer auténtico filósofo argentino, rescataba la esencia nacional de toda verdadera cultura frente al cosmopolitismo banal del positivismo: “Todo pueblo –decía-, así sea el más humilde, ha creado y crea valores susceptibles de contribuir al enriquecimiento espiritual de la humanidad”. Dicha humanidad, “pese a la unidad de lo humano, se manifiesta en forma heterogénea, esto es, de nacionalidades”. Poniendo de manifiesto la estrecha relación a través del tiempo entre la intelectualidad heterodoxa de la Reforma y la política latinoamericana, el Dr. Juan José Arévalo -jefe de la Revolución Nacional de Guatemala (1945 – 1951), antecesor de Jacobo Árbenz Guzmán, contemporáneo del Gral. Juan Perón, y discípulo de Alberini en la Universidad Nacional de Buenos Aires- decía de su profesor: “Un reformador intelectual y un poderoso dirigente”.
En la Revista de Filosofía de José Ingenieros –refiere el historiador Roberto Ferrero-, aparecieron ideas heterodoxas, a las que su director abrió generosamente sus páginas. En ellas, junto a los trabajos de José Vasconcelos, Pedro Henríquez Ureña, Alejandro Deustúa, Juan B. Terán, Alfredo Franceschi, Eugenio D’Ors y otros destacados antipositivistas, se había publicado también un artículo de Taborda -“El ideal político de la filosofía”-, “inclinado abiertamente sobre los mismos derroteros de impugnación de la ideología dominante”.
En esa tendencia heterodoxa y antipositivista, cuya común voluntad estaba dirigida a una “superación orgánica, científica y progresiva del Positivismo, conforme a las exigencias del espíritu contemporáneo” (Monserrat), se encontraban también Macedonio Fernández, Coroliano Alberini, Benjamín Taborga, José Gabriel, Carlos Astrada, Alejandro Korn, Enrique Martínez Paz, Raúl Orgaz y Saúl Taborda, pero además otros hombres que trascendieron hasta nuestros días como Manuel Gálvez, Leopoldo Lugones, Ricardo Rojas y Manuel Ugarte.
Por esos años, Manuel Ortiz Pereyra preconizaba el advenimiento de la “independencia económica” o “La Tercera Emancipación”, título de una tesis profundamente heterodoxa, si la confrontamos con las ortodoxias dominantes.
Era la huella que había marcado José Vasconcelos –el autor de La Raza Cósmica, Misión de la raza iberoamericana- y sus amigos del “Ateneo de la Juventud” contra el positivismo de México, en el intento por construir una filosofía latinoamericana.
Mientras algunos publicistas como Korn, Ponce y el mismo Ingenieros (que en 1925 crea “La Unión Americana”) se esforzaban por superar la ortodoxia positivista eurocéntrica desde adentro de ese movimiento, y otros intentaban remozar “los desvaídos prestigios del escolastismo”, por su parte, Taborda –el ideólogo de la Reforma de 1918-, ocupaba un lugar aparte en el movimiento antipositivista y en el desarrollo del pensamiento heterodoxo, antecedente del pensamiento nacional del siglo XX.
El nuevo pensamiento se inspiraba en ”una tercera fuente, bien poco concurrida”, consigna Ferrero en su biografía de Taborda. Esa fuente era la reserva de la tierra y del espíritu americano, fruto de la fusión original y heterodoxa que había logrado la mestización indo-ibérica. En el camino de Vasconcelos, la alternativa heterodoxa que buscaba el maestro cordobés, era aquella que expondría en sus últimos años, y cuyos pasos había marcado ya Manuel Ugarte en El porvenir de la América Latina. //

 

Imagen de portada: Saúl Taborda, uno de los pensadores de la reforma cordobesa. (Fuente: Museo de La Reforma del ‘18 – UNC)


octubre/73 -Edición Nº 33, Año IV, agosto de 2017