John Nash y la Teoría de Juegos

Cuando las teorías científicas son una continuación de los intereses económicos, pero por otros medios.

 

Por Elio Noé Salcedo

John Nash fue conocido a nivel mundial por ser la figura inspiradora de la película Una mente brillante (2001). Seguramente no muchos saben que Nash obtuvo diversos premios científicos por sus contribuciones a las Matemáticas y a la Economía; que publicó en 1949 Puntos de equilibrio en juegos de n-personas, definiendo allí el Equilibrio de Nash; y que finalmente ganó el Premio Nobel de Economía en 1994 por sus aportes a la “Teoría de Juegos” (descubierta por Neumann y Morgestern en la década del 30).
Lo que muy pocos saben es que Nash demostró en la década del 50 que Adam Smith, el autor de La riqueza de las naciones, considerado el padre de la economía moderna, no tenía razón cuando en 1776 –época en que Gran Bretaña se dedicaba todavía a la trata de esclavos- sostenía en su obra clásica que la base del bien común era fruto de la acción de cada sujeto en pos de su bienestar individual. Nash demostró con números la incorrección de esa teoría.
El investigador de Princeton descubrió que una sociedad maximiza su nivel de bienestar cuando cada individuo persigue su bienestar teniendo en cuenta el bienestar del conjunto y que, al contrario, un comportamiento individualista puede producir una lucha de todos contra todos, por lo que, de seguir ese paradigma liberal clásico, cada miembro de la sociedad obtendría menos bienestar que si trabajara en equipo y para el equipo, tesis que complementa la Teoría General de Sistemas (Bertalanfly, 1950).
En el fútbol, si todos los jugadores de un mismo equipo hacen su propio juego sin tener en cuenta a los demás, o compiten entre sí para defender o para atacar, probablemente los resultados sean nulos o magros. En ese caso actuarán como rivales y no como equipo, pudiendo ser vencidos por cualquier plantel que promueva la colaboración o cooperación entre sus jugadores. Eso le podría suceder a la Selección Argentina -al borde de la no clasificación para el Mundial- de apostar todo al juego de individualidades y de no apelar decididamente a una estrategia de equipo.

 

¿Las “teorías científicas” son neutrales?
Resulta interesante analizar las razones por las que la teoría de Adam Smith obtuvo tanto predicamento y difusión, y la refutación de Nash a Smith solo hizo famoso al matemático a través de una película que dio a conocer al mundo -recién en el 2000- que una persona aquejada de esquizofrenia podía ser un genio o una mente brillante, aun perteneciendo a la Universidad de Princeton.
Si la guerra es la continuación de la política por otros medios, deberíamos admitir que las “teorías científicas”, al menos en Economía y en Ciencias Sociales, son una continuación de los intereses económicos por otros medios. Veamos qué tan cierto puede ser esto.
La Universidad de Chicago fue fundada por el magnate petrolero John D. Rockefeller I, creador además del mayor monopolio petrolífero del mundo: la Standard Oil. Por eso, “esa casa de estudios superiores ha sido siempre un baluarte de la industria petrolera”. Ya sabemos que el petróleo, además de financiar otras universidades prestigiosas del mundo, es la razón hasta hoy –y continúa- de tantas guerras en el mundo y de tantos golpes de Estado.
Por su parte, la Universidad de Princeton responde a intereses más diversos, y aunque su base son las ingenierías y las ciencias duras, sus estudiantes deben seguir cursos en humanidades y ciencias sociales.
Al final del primer capítulo de su libro “Hitler ganó la guerra” (2004), Walter Graziano concluye: “Es evidente, entonces, que ha habido poderosos intereses atrás de las teorías de la denominada Escuela de Chicago, que han constituido el basamento para lo que hoy es la globalización, aun cuando se trataba, ni más ni menos, que de un saber falso”.

 

Duelo de paradigmas
El descubrimiento de Nash acerca de la falsedad de la teoría de Adam Smith –dice Graziano- debería haber puesto en estado de alerta y emergencia a la comunidad de los economistas en el planeta entero. Lo mismo debería haber sucedido con el Teorema del Segundo Mayor, de R. Lipsey y K. Lancaster, que defendía la intervención del Estado y cuestionaba el paradigma de Smith. Pero solo un reducido núcleo de personas se enteró en los años ‘50 de la verdadera profundidad de esos descubrimientos.
De no haber sido así, la historia del mundo hubiere sido otra. Fue la hegemonía de la información, de la comunicación y de la cultura por parte de esos intereses económicos dominantes en todo el orbe lo que allanó el camino a las teorías neoliberales de la Universidad de Chicago y no a las de Princeton.
En los ‘90, otro norteamericano planteaba una alternativa: “No veo la globalización tan factible como la regionalización en las próximas dos décadas”. En “Paradigmas. El negocio de descubrir el futuro”, Joel Arthur Barker observaba el agrupamiento de la Unión Europea por un lado, a los países del Este europeo y del Sudeste Asiático formando algo parecido, y también a “Canadá, los EE.UU y México organizando estructuras para crear una unidad económica regional”.
No obstante, Barker omitía incluir en esa lista a América Latina (en la misma situación), en un mundo signado por la puja entre dos proyectos geopolíticos mundiales: el hegemónico y unilateral de la actual potencia mundial, y el proyecto multilateral y de equilibrio geopolítico que se plantea desde todos aquellos países y regiones que pretenden acceder al desarrollo y a las mismas oportunidades que dicen defender los sucesores de Adam Smith. Tales cuestiones también conciernen a la ciencia. //

 

Elio Noé Salcedo – Diplomado en Historia Argentina y Latinoamericana de la UNSJ y de la UNVM.

Imagen deportada: John Nash (Imagen: Diego Sinova. Fuente www.elmundo.es)


octubre/73, edición Nº34, Año V, septiembre de 2017 – UNSJ