Conocimiento social y soberanía intelectual

[Ciencia y Sociedad]  La epistemología de las Ciencias Sociales o teoría del conocimiento social en Nuestra América requiere de una mirada apropiada, en la medida que su objeto de estudio es nuestra propia realidad latinoamericana.

Por Elio Noé Salcedo

En 1926, el correntino Manuel Ortiz Pereyra exponía las bases de la moderna Sociología del Conocimiento. En su casi desconocida obra La Tercera Emancipación, afirmaba: “El conocimiento no es otra cosa que la relación del sujeto que quiere conocer con el objeto que debe ser conocido”, que resulta del “punto de vista del sujeto” y de “las diversas circunstancias en que el objeto puede presentarse”.
No se le escapaba a Ortiz Pereyra que, como sujeto social, el investigador ve la realidad a través de “un mundo propio”, formado “ya sea por contacto con el mundo externo inmediato, ya por sedimentación o por conjugación de conceptos y sugestiones que penetran en su cerebro y éste asimila sin la menor sospecha de la conciencia”. Hablaba, sin duda, de la ideología del investigador, aspecto no menor por cierto.
En 1908, el sociólogo francés Lucien Levy-Bruhl había advertido que “los conceptos y categorías occidentales establecidos son virtualmente inútiles para la traducción de las ideas primitivas (periféricas), y quien desea emprender su traducción tendrá que crear un conjunto nuevo de conceptos expresamente para ese fin”.
Puede rescatarse en ese planteo la posibilidad de tener una mirada distinta sobre nuestros problemas, pues no es lo mismo mirar/teorizar las cosas desde Europa o desde Estados Unidos que desde América Latina. A propósito ha descubierto Rosana Guber (Premio Konex 2017), que las herramientas habituales de la teoría de las Ciencias Sociales “no siempre permiten darnos cuenta de la realidad que queremos conocer”.

La construcción del conocimiento
Para el historiador Roberto Ferrero, la epistemología actual de las Ciencias Sociales establece su cientificidad sobre la base de dos atributos esenciales: el carácter socialmente condicionado del conocimiento y su naturaleza histórica (2016), a lo que debe agregarse una aclaración complementaria: “No es un acto abstracto y teórico, sino que se apoya en la acción colectiva” (Schaff 1971). Según Piaget, ese carácter de construcción colectiva y no individual aparece como “constitutiva de todo conocimiento y no sólo como verificadora de un conocimiento obtenido por vía sensorial” (1973).
Así, el proceso histórico del conocimiento (experiencia y saber acumulado socialmente) reduce cada vez más el espacio de incertidumbre y permite ampliar la porción de verdad objetiva alcanzada en cada etapa del conocer. Como explicara el epistemólogo L. Geymonat, “el criterio objetivo de la verdad existe: es el criterio de la praxis, sobre todo como praxis social” (1994).
Es dable afirmar que el conocimiento surge simultáneamente de la praxis y de la reflexión crítica sobre ella. Al respecto dice Clara Dan: “La ciencia ha revelado ya una dimensión totalmente desconocida e inesperada del pensamiento: su dependencia del contexto social, de las finalidades e intereses sociales, de las relaciones entre las clases sociales y de su lucha…” (1974).

Una epistemología propia
Una epistemología propia o, lo que es lo mismo, una teoría del conocimiento social apropiada, debe reflexionar sobre su propio objeto de estudio, poner en evidencia los puntos de vista del sujeto investigador y contextualizar el estudio del objeto: en un tiempo, lugar y circunstancias históricas determinadas.
Si el objeto de estudio es nuestra propia realidad latinoamericana, el sujeto de este saber no puede ser otro que el hombre y la mujer latinoamericanos en tanto latinoamericanos –sujeto, destinatario y beneficiario a la vez del conocimiento-, cuyo carácter de sujeto cognoscente no puede forjarse en la soledad de la especulación teórica sino en la interacción viva con la praxis social, cuya experiencia se traduce en saber científico.
Esa debería ser la función del hombre y mujer científicos de un país “subdesarrollado”, cuya condición subalterna subsiste en la medida en que no es soberano o propietario de sus propias teorías (miradas) sino solo un repetidor o imitador de ideas ajenas. Si “la ciencia es poder”, la soberanía intelectual resulta un requisito esencial para ser dueños de nuestras decisiones y de nuestro destino.
La necesidad última de semejante epistemología no es otra que servir al hombre y a la mujer de Nuestra América –parte del Todo universal aún no desarrollado-, entendiendo también que el deber de este epistemólogo (sujeto que piensa la ciencia) se inscribe en la tradición de los científicos que saben que la ciencia no es un fin en sí mismo y que se inspiran en la realidad concreta para actuar sobre ella y no por pura especulación teórica, ni sólo de y para una elite, un sector o un grupo de naciones que ejercen poder sobre otras.
Sin rechazar aquellas teorías de raíz exógena, que por ciertas analogías históricas y sociales pueden ser adaptadas, Latinoamérica debería desarrollar “una ciencia propia del pensar”, como reclamaba Fermín Chávez en “Epistemología para la Periferia” (1983): primero, como instrumento preciso de análisis de la propia realidad y, después, como instrumento de transformación social para sí, como hicieron en su momento los países desarrollados, en los albores de la Era Contemporánea. //


octubre/73, Edición Nº 36,  Año V, diciembre de 2017 – UNSJ