Fray Justo, con el oído en el pueblo

Se le reconoce su labor en el Congreso de Tucumán que declaró la Independencia en 1816, pero no siempre se habla de la labor política que desarrolló al retirarse del congreso. Y se le atribuye haber sido el promotor de la forma republicana de gobierno en esas mismas circunstancias.

Por Susana Roldán

Emparentado con Domingo Faustino Sarmiento por parte de madre, fray Justo Santa María e Oro fue el primer hijo de Miguel de Oro y Cossio y María Elena Albarracín. A los 17 años ingresó a la orden de los dominicos y recibió las órdenes sagradas a los 28 años. Desde entonces dedicó su vida al estudio, alcanzando lugares de prestigio dentro de la comunidad religiosa.
A causa de los conflictos políticos que se produjeron en aquel país, en 1814 y en los que intervenía José Miguel Carrera, de Oro fue deportado a Mendoza, ciudad donde tomó conocimiento con el general José de San Martín. Pasó a San Juan, donde coadyuvó con el gobernador José Ignacio de la Roza para la obtención de elementos bélicos para la organización del Ejército de los Andes.
En San Juan, ya en la cátedra sagrada, con sus dineros, con su propaganda difundida por todas partes, consiguió reunir simpatías, adherentes para la reunión de elementos y hombres para la constitución de aquel Ejército que debía dar cima a una de las más atrevidas empresas militares del mundo. De Oro logró que hasta el convento de Santo Domingo contribuyera con sus rentas al equipo del Ejército de los Andes, al que consiguieron hacer incorporar sus esclavos.
Disuelta la gran Asamblea Constituyente del año 1813, derrocado el Director Supremo del Estado general Alvear, se promueve y se resuelve la convocación de un Congreso General, que dictase la Constitución del país; organizarlo, en una palabra, bajo un sistema de gobierno que estuviese en concordancia con los propósitos de la revolución de Mayo, y se acordó que aquel Congreso se reuniese en Tucumán y para tal efecto, se invitó a las diferentes provincias para que enviaran sus representantes al mismo. El pueblo de San Juan lo eligió como uno de sus diputados ante el Congreso de referencia. Este realizó su primera sesión el 24 de marzo de 1816.
De Oro fue uno de los partidarios entusiastas por la declaración de la independencia política de estas colonias, pues eran muchos los que vacilaban para dar tal paso, que con justa razón lo consideraban trascendental; el futuro obispo de Cuyo trazó su rúbrica al pie del Acta solemne del 9 de julio de 1816 y en las sesiones previas a ésta, defendió con calor y convicción sus ideas políticas y patrióticas al respecto.
Aquí es donde ocurre el hecho por el que la figura de De Oro toma mayor relevancia. Al respecto, dice la historiadora Claudia Ciani, que oponiéndose al proyecto de monarquía incaica, defendió fervientemente la voz del pueblo en tal determinación. “El relato histórico –dice Ciani- nos revela que fray Justo expresó que para proceder a declarar la forma de Gobierno, era preciso consultar previamente a los pueblos, limitándose por el momento a dar un reglamento provisional, y que en caso de procederse sin aquel requisito a adoptar el sistema monárquico constitucional, a que veía inclinados los votos de los representantes, pedía permiso para retirarse del Congreso”.
La preferencia por el sistema republicano ya había sido expresada desde la Asamblea de 1813. “De Oro no era ajeno a esta iniciativa. Por esa razón, creía en consultar al pueblo para definir el sistema de gobierno. Podemos asegurar que su vehemencia fue la que dio por terminado el proyecto monárquico que desde algunos sectores se quería instalar”, refiere Ciani.
A comienzos de 1817, el fraile se separó del Congreso y regresó a San Juan, volviendo a ocupar importantes cargos dentro de su orden. Luego se abocó más de lleno a la actividad política, en una provincia donde la sociedad todavía estaba dividida y conflictuada.
Los últimos años de su vida lo encontraron en San Juan, donde proyectó la fundación de un seminario conciliar y de un colegio para laicos; emprendió la edificación de un monasterio bajo la advocación de Santa Rosa de Lima; donde debía funcionar un colegio para educación de señoritas, obra que no alcanzó a terminar.

(Fuente: Prof. Claudia Ciani y www.revisionistas.com)