Con el pueblo

Hace siete décadas que la universidad argentina comenzó a dejar de ser una institución para élites, a partir de un decreto de 1949 que la instituyó como libre y gratuita. Desde entonces, paulatinamente, el pueblo fue incorporando la cultura universitaria, lo que fue erigiendo a la universidad como una escalera individual y social en pos del desarrollo del país. Todo, pese a los intentos de distintos regentes del Estado de retrotraerla a épocas en que la educación superior era para pocos.

 

Por Susana Roldán y Fabián Rojas
Lolo Riquelme | Ilustrador Profesor de Artes Visuales y estudiante de la Licenciatura en Artes Visuales de la FFHA – UNSJ Insta: @beer.bunny

Desde el Siglo XVII, en que fue fundada la Universidad de Córdoba -primera del país-, la educación superior en Argentina tenía tintes medievales: era influida –y regida- por el clero, mientras que las clases mejor posicionadas fueron sus principales destinatarias. Hasta que en el efervescente Siglo XX la realidad comenzó a girar. Primero, con la Reforma Universitaria de 1918, en Córdoba, cuyos actores plantearon un espíritu democratizador y latinoamericanista para la universidad, y cuestionaron su arancelamiento y el rasgo elitista de su ingreso. Treinta años más tarde se creó la Universidad Obrera Nacional, antecesora de la actual Universidad Tecnológica Nacional, para formar personal capacitado para la industria nacional. En ese contexto, el Primer Plan Quinquenal Justicialista (1947-1951) planteó que el Estado instauraría la gratuidad de la universidad para los estudiantes de bajos ingresos. Así, la gratuidad de la universidad en Argentina se cristalizó con el Decreto Presidencial 29.337 el 22 de noviembre de 1949. Luego, en 1954, se sancionó la Ley Orgánica de Universidades, primera norma propiamente educativa del Congreso de la Nación que incluyó la gratuidad universitaria.
“Hace 70 años los hijos de los trabajadores industriales no podían acceder a los estudios superiores. Si uno lo pone en números, antes de la llegada de Perón al poder había aproximadamente 47 mil estudiantes universitarios; cuando cae su gobierno en el ’55, se habían casi triplicado: eran más de 140 mil estudiantes en el país”, dice Víctor Algañaraz, doctor en Ciencias Sociales, investigador de la UNSJ y del CONICET. Y agrega: “El acceso a la educación superior se había masificado. Los sectores medios acomodados lo llamaron el aluvión zoológico, los chicos de alpargatas que ahora tenían libros en las manos. No fue fácil para una sociedad elitista”.
Claro que la autodenominada “Revolución Libertadora”, la dictadura cívico-militar que derrocó al peronismo, derogó las leyes universitarias y en adelante en muchas universidades volvió el ingreso restringido, aunque ya era real la autonomía de las casas de estudios y muchas lo regulaban. Pero la más baja matrícula se dio en la víspera y durante la última dictadura entre el ’76 y el ’83. En 1975 había más de 487 mil estudiantes, mientras que en 1980, cien mil menos. “En la UNSJ fue nombrado un militar como interventor, el Capitán Jorge Monjes, encargado de armar listas negras (de docentes y estudiantes), desmantelar centros de estudiantes y prohibir todo tipo de actividad política. Se cerró la inscripción a la carrera de Sociología por considerarla peligrosa y fue desaparecido Rafael Olivera, su director”, cuenta Algañaraz.
En el subibaja de la historia argentina reciente, el renacer de las universidades públicas llegó con el restablecimiento democrático del ’83, pero hubo un retroceso con el fuerte neoliberalismo instalado en 1990. Dice Algañaraz: “La autonomía de la universidad se puso en cuestión. Se empezó a vivir una evaluación constante, ahí empezó la CONEAU (Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria). El menemismo instaló en las universidades una cuestión muy meritocrática y hubo un fuerte deterioro salarial”. Y luego de la crisis de 2001-2002, se instaló un nuevo paradigma de políticas públicas en favor del desarrollo del conocimiento y del acceso universal a los estudios universitarios. Ahora estaba claro que apuntar al crecimiento de un país pasaba por apostar al fortalecimiento de su sistema científico y universitario. Pero en los últimos años la universidad y el sistema científico públicos comenzaron a ser atacados nuevamente desde el discurso y desde la acción con retracciones presupuestarias. De allí que en 2015, poco antes de que Macri asuma la presidencia, y como una suerte de blindaje, el Congreso Nacional aprobó una ley de la diputada Adriana Puiggrós que modificó artículos de la ley de Educación Superior para garantizar la gratuidad. La norma establece “la prohibición de cualquier tipo de gravamen, tasa, impuesto, arancel o tarifa directos o indirectos” y la responsabilidad “indelegable y principal” del Estado respecto de la educación superior”.

Ilustración: @beer.bunny

También se ha cuestionado el hecho de que extranjeros puedan cursar libremente en universidades públicas argentinas. Hace poco el rector de la UNSJ, Dr. Oscar Nasisi, recordó algo de la Conferencia Regional de Educación Superior de América Latina y el Caribe, en Cartagena de Indias en 2008: “Los Estados latinoamericanos firmaron una definición de la educación superior como derecho de las personas, como bien universal y como responsabilidad del Estado su sostenimiento. Esto es permitir que todas las personas que lo deseen puedan acceder a esta educación”. En consonancia, Luis Garcés, doctor en Ciencias de la Educación, docente e investigador de la UNSJ, dice: “Los derechos sólo son tales cuando son gratuitos. Un ‘derecho’ por cuyo ejercicio hay que pagar, no es tal. La educación superior, en tanto derecho humano, es un derecho universal que abarca a la humanidad en su conjunto. Aunque existan gobiernos en distintas latitudes que lo restringen, nuestra Constitución es clara al establecer ‘la igualdad de derechos para todos los hombres del mundo que quieran habitar suelo argentino’. Cualquier decisión política que restrinja tales derechos significaría una involución para países que, como Argentina, avanzaron en el reconocimiento de derechos desde una perspectiva humana, universal y fraternal; se debe propiciar que los países que aún no consagraron este derecho lo pongan en vigencia para construir una ciudadanía más humana y democrática”.


Algunos testimonios

 

Ricardo Coca, secretario de Extensión de la FACSO: “La gratuidad debe ser un compromiso de todos”

“Mi sentido de pertenencia con la Universidad Nacional de San Juan y compromiso con la gratuidad de la educación superior está vinculado lógicamente a mi historia personal. En efecto, cuando inicié mis estudios secundarios en la Escuela de Comercio Libertador General San Martín contaba con 12 años y en abril de 1977 una dolorosa enfermedad cobró la vida de mi padre. A partir de allí surge la lucha de mi madre para sostener con una pensión mínima a sus dos hijos y nuestra necesidad de aportar de alguna manera al sustento familiar. Culminada la secundaria con el título de Bachiller Comercial y Perito Mercantil Nacional surgía la necesidad de trabajar y el anhelo de estudiar. De no contar con la posibilidad de la educación pública y gratuita este anhelo hubiera sido imposible.

La Universidad Nacional de San Juan fue el camino para desarrollar mis estudios superiores sin barreras que la imposibilitaran, aunque cabe recordar que durante el año 83 debíamos pagar una matrícula fruto de la imposición del gobierno de facto que había reimplementado los aranceles en las universidades argentinas. Con el advenimiento de la democracia retornaba la gratuidad, aunque es necesario señalar que sujeta a discusiones periódicas sobre su mantenimiento.

De no haber contado con la Universidad pública y gratuita, el sueño hubiera quedado trunco, ya que para un joven de un departamento alejado y en una situación económica comprometida, la meritocracia no funciona como idealmente algunos la pregonan. La gratuidad es necesaria, no suficiente. Debe generar inclusión, aún está lejos de generar equidad. Debe ser un factor de movilidad social para quienes sueñan con su desarrollo personal a través de la educación. Debe ser un compromiso de todos para redoblar esfuerzos y lograr realizaciones.

A 70 años de una decisión trascendente nuestro compromiso debe ser permanente para sostenerla y mejorarla”.

 

Cecilia Vila, docente e investigadora de la FACSO: “Tiene que ser una real oportunidad para todos”

“Para mí la universidad tiene múltiples significaciones. Soy primera generación de graduados universitarios en mi familia. Tengo en la UNSJ mis estudios secundarios, de grado y posgrado. Es la misma universidad que me permitió concursar dos veces para seguir la carrera académica y ejercer mi profesión desde la docencia y la investigación. Todo esto, como a mucho más en nuestro país, es gracias a la gratuidad. En mi caso no hubiese podido ser de otra forma.

Me gusta hablar con mis estudiantes, cuando lxs conozco, por qué están estudiando en la universidad y desnaturalizar que no se trata solo de su voluntad individual sino, entre otros factores, del sostenimiento de una política de Estado, iniciada en el peronismo, en la que creemos, defendemos y da sobradas muestras de ser uno de los caminos más inclusivos en Argentina. También preguntarnos quiénes aún no están en la universidad y todo lo que nos falta seguir trabajando para que sea una real oportunidad para todxs. Siempre estaré agradecida de poder seguir estudiando por la educación pública de mi país”.

 

Roberto Gómez, decano de la FAUD: “Rescato la alegría de estudiar, con más o menos recursos”

“La posibilidad de acceder a educación pública y gratuita es importante como promoción social. En mi caso particular, si no hubiera sido gratuita, para mí estudiar hubiera sido imposible. No digo que he pasado necesidad, pero no tenía los recursos necesarios para pagar estudios, en caso de que hubiera tenido que hacerlo. Para mí es un orgullo haber podido progresar dentro del sistema universitario, estudiar, ser docente, haber sido secretario y luego decano. A todo eso, si bien uno le pone empeño y sacrificio, sin un marco que a uno lo apoye hubiese sido imposible.

Yo siempre trabajé antes de entrar a la universidad y para mí no era un sacrificio, porque lo he hecho con alegría. He hecho muchas cosas, desde preparar alumnos y el último tramo lo hice trabajando en la feria: yo era changarín y después trabajé vendiendo en un puesto. Mi padre trabajaba y mi madre nos cuidaba a los cinco hermanos, por eso nos formamos en un hogar donde siempre hubo disposición para enfrentar las cosas. Mi madre siempre estuvo orgullosa de ser como era y a mí eso me hizo sentir seguro de lo que soy y vivir con dignidad, con más o con menos. En mi casa todos éramos cercanos a los libros, se leía mucho y así nos formamos, con el trabajo y el aporte de todos. Yo fui el segundo profesional de la familia, después de un primo ingeniero, en una familia donde muchos no habían terminado la primaria.

Cuando me encuentro con algún estudiante en el que me veo reflejado, rescato dos cosas: la decisión de estudiar y recibirse y también la alegría de tener amigos y compartir con los compañeros, porque los amigos ayudan”.

 

Tatiana Aguirre, estudiante de Enfermería: “Si hubiera que pagar una cuota, yo no podría estudiar”

“Vivo en El Encón, tengo 27 años y pertenezco a la comunidad huarpe Salvador Talquenca. Soy estudiante de la carrera de Enfermería en la Escuela Universitaria de Ciencias de la Salud, que depende de la UNSJ. Estudiar en una universidad pública tiene para mí un significado muy importante, porque podemos acceder a una educación igualitaria y en forma gratuita. Este año para mí ha sido muy bueno, estoy terminando muy bien, regularicé todas las materias, pude promocionar otras. Estoy convencida de que la universidad pública y gratuita es algo importantísimo, porque si uno lo ve en perspectiva, si hubiera que pagar una cuota, para muchos chicos y chicas como yo sería imposible estudiar. Hay que tener en cuenta también que políticas como las becas de fotocopias, transporte, también nos facilitan mucho a los estudiantes poder seguir adelante con la carrera.

Estoy muy conforme y agradecida de que por fin se pudiera implementar esta carrera en la universidad nacional, porque cuando egresé de la secundaria todavía no estaba y tuve que elegir otras carreras, que no eran mi real vocación. Hoy me siento muy bien de haber podido culminar este primer año, estoy feliz y agradecida de haber podido hacerlo”.

 


Perteneciente a octubre/73: edición Nº44, año VII. Diciembre de 2019

 

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