“Autonomía universitaria no es sinónimo de aislamiento”

El sociólogo y politólogo Atilio Borón pasó por la UNSJ y dialogó con octubre/73 sobre la capacidad de desarrollar una educación más crítica y reflexiva, que lleve a una emancipación del pensamiento.

Por Susana Roldán

-¿De qué hablamos cuando nos referimos a la necesidad de una educación que sea emancipadora?
-Se habla de una educación que les enseñe a los jóvenes a pensar, a reaccionar con espíritu crítico ante lo que se les enseña en las cátedras o leen en la bibliografía; a usar un poco la duda metódica aquella de Descartes, tenerlo como método de trabajo permanente. Eso debería ser ya una adquisición desde la escuela secundaria, pero desgraciadamente no ocurre así. Entonces llega la gente a la universidad en una actitud muy pasiva y que no les permite pensar el mundo de otra manera. Creo que la educación emancipadora tiene que ser un estímulo para hacerse nuevas preguntas, para no aceptar el saber establecido. Un poco tener la actitud de un niño de tres años, que siempre se pregunta el porqué de todo. Eso, que es tan elemental, no lo vemos reflejado en las aulas universitarias, donde muchas veces predomina una actitud muy pasiva de los jóvenes.

-¿Por qué cree usted que ocurre esto?
-A mi manera de ver, tiene que ver con la seria crisis del nivel medio. Esto es universal, no solamente en la Argentina. En Estados Unidos y en Europa la crisis de la enseñanza media es un tema recurrente de investigación. En la Argentina todavía no. Entonces llegan los muchachos con esa actitud pasiva, que es la que hay trabajar para que aparezca esta capacidad de crítica, de revisión, de dudar y ejercer la duda.

-¿Cómo se hace para cambiar esto, cuando muchos docentes no tienen esta práctica reflexiva?
-El tema educativo es toda una dialéctica. Los estudiantes, en buena medida, son así porque los profesores estimulan ese comportamiento. Creo que habría que poner en revisión los programas de formación que tenemos en las universidades. Cuando digo formación no digo solamente los estudiantes, sino los propios maestros, profesores, que no estamos preparados, no tenemos capacidades didácticas. A veces se piensa que basta con que un profesor sea un experto en su campo para que pueda transmitir bien y no siempre ocurre así, yo más bien diría que es excepcional la cantidad de veces que uno tiene gente muy preparada pero que al mismo tiempo puede transmitir ese conocimiento, esa pasión por el conocimiento, por la búsqueda de la verdad, que es fundamental transmitir a los muchachos. Eso, yo veo que muy a menudo no se hace. Entonces, yo empezaría por ahí. En segundo lugar, creo que hay un asunto muy importante y es tener una muy buena biblioteca en la universidad. En general, yo veo un déficit muy fuerte, no sé si en todas las universidades argentinas, pero en la mayoría. El apoyo bibliotecológico para ser más preciso, es muy escaso.

-La Reforma Universitaria del 18 planteaba una mirada emancipatoria para las universidades. ¿Cuál es la deuda que persiste?
-En primer lugar, corregir una deformación que se acentuó mucho, que es la de concebir a la autonomía universitaria como sinónimo de aislamiento. Eso no es lo que querían aquellos muchachos del 18 y sin embargo se dio. Pongamos por ejemplo la Universidad de Buenos Aires, que es donde yo trabajo: hay una fuerte tendencia a encerrarse en la torre de marfil y los vecinos de la ciudad no tienen mucha idea de qué es la universidad. Esto sucede porque no hay un programa efectivo de integración. Lo que hubo es una concepción de la autonomía muy estrecha, muy sesgada, que nos aisló del medio. Esa es una deuda: cómo repensar hoy la autonomía. La segunda cuestión tiene relación con la primera pregunta: hacer que la universidad vuelva a albergar y promover el pensamiento crítico. El avance de las ciencias y las humanidades tiene que ver con la capacidad de estimular gente que tenga un pensamiento heterodoxo, que se aparte de los convencionalismos y eso es lo que está en falta en este momento. Toda la reestructuración del trabajo universitario en los últimos años ha llevado a que se otorgue un premio al pensamiento convencional. Le pongo un ejemplo: el juicio de pares, que no es otra cosa que desalentar a todo aquel que se aparte del consenso de la profesión. Si eso hubiera existido en la época en que Einstein elabora la Teoría de la Relatividad, jamás hubiera publicado su trabajo. Ni hablar de Darwin, que revoluciona la biología con su Teoría de la Evolución de las Especies. Tenemos un gran trabajo en este sentido: romper ese cerco que nos encierra dentro del saber convencional, que es una actitud precientífica y que tenemos que combatir. //


Edición correspondiente a octubre/73 – Año IV – Nº 27 – Junio de 2016